Es “Regreso
al Edén” una novela de comienzos de los años 60, parte de la historia
de la CF chilena “hundida”, y bastante desparecida en las críticas y reseñas
biográficas. El mundo se enfrasca en una guerra mundial destructiva. En la
periferia los restantes países colapsan. En pocas páginas se ha desatado todo,
y –sin mediar muchas palabras- nos encontramos con los protagonistas que huyen
de la ciudad buscando llegar a su fundo. Instalados en una pequeña casa de
mineros, en un cerro, desde allí observan como son destruidas su casa patronal
y sus propiedades por los que hasta hace pocos días eran los inquilinos.
De los
protagonistas, conocemos que son una familia. Los padres y sus tres hijos ya
adolecentes (un hombre y dos mujeres). El narrador es el padre (Pablo). Al
principio comen de los poco que han cargado consigo, y se señala que intentan
obtener alimento de los bosques esfuerzo especialmente destacable en los dos
hijos mayores. Descubren que en las planicies “algo” se instalado en el suelo
aniquilando la vegetación y animales, y también les afecta a ellos si
permanecen mucho tiempo en su contacto.
Finalmente, y luego
de un par de meses al parecer, la familia se decide instalar en las ruinas de
su propiedad –que esta en un terreno alto- en donde logran restaurar una
especie de dignidad completamente perdida. Allí nos enteramos que la pareja no
posee “afinidad intima” achacándola el
marido a una represiva educación católica de su esposa. Mientras ella le tilda
de “comunista” en sus discusiones (antes y después del cataclismo).
Ya están
establecidas, en las primeras 40 paginas los patrones de una clara novela
post-cataclísmica, pero con muy transparentes rasgos chilenos. Los protagonistas son una familia, tema muy
querido en el discurso público del país. También ellos en el fundo muestran los
rasgos más notorios de la oligarquía
territorial con el tratamiento y
existencia de los inquilinos, especie de servidumbre agrícola que en
nuestro país comenzó a desaparecer recién a contar de 1964 con la Reforma
Agraria impulsada por el gobierno de Eduardo Frei.
Comienza la
adaptación a una vida más cerca de la naturaleza, y Pablo decide escribir todo
en un diario. Se las arreglan para
sembrar. Hacen aparejos y van de
pesca. En eso aparece una persona
externa. Un sobreviviente que anda con
su carga en un burro a cuestas. Antes
fue estudiante universitario (medicina, arquitectura) según cuenta, y huyó en
auto desde la capital, donde luego de varios eventos y quedarse sin
combustible, traslada su carga a un burro.
Este nuevo
integrante de la tribu, al parecer más una especie de político joven, Rafael
Argensola, bueno para la dialéctica y la charla insulsa, genera atracción y
repulsa. Pero se queda. Todos juntos buscan sembrar, y se involucran en las
tareas agrícolas. Se suma la captura de
un grupo de cabras que están sueltas en los cerros.
La relación de los
jóvenes se pone algo tensa. Claramente
“la naturaleza llama” como escribe el protagonista, y ello genera una vuelta a
necesidades básicas. Logran hacer andar
un vehículo y salen a los pueblos vecinos en búsqueda de bienes. De dulce y agraz, aun cuando queda claro que
no son “los únicos habitante sobre la faz de la Tierra”.
En una segunda
salida, el resultado resulta desalentador. Ellos avanzan y logran llegar a un
valle sembrado, se ve movimiento, y un hogar habitado. Sorprendidos ingresan y lo que ven los deja
anonadados. Una mujer algo mayor, casi
desnuda, los recibe y lo que les cuenta una historia que, nuevamente, nos lleva
a los traumas de una sociedad reprimida.
Los que allí viven son un grupo algo grande de hombres, y solo la tienen
a ella para satisfacer sus instintos.
Antes habían “conseguido” una mas joven, pero se murió debido a los
malos tratos. Además hay dos de ellos
con inclinaciones homosexuales, pero que no son del gusto de la mayoría. Les sugiere huyan lo mas rápido que puedan. Logran reaccionar al ver la tropilla de
hombres que viene corriendo del valle y arrancan en el vehículo usando sus
armas de fuego.
Seguir narrando la
historia solo significaría dejarlos sin sorpresa en una futura lectura.
Digamos, por tanto, que al contrario de las novelas post-cataclísmicas
norteamericanas de esos mismos años, el autor no desdeña meterse en el terreno
sexual, de hecho termina siendo uno de los aspectos más relevantes de la
novela. Casi anticipando a la revolución
sexual de la década de los 60’s, Meléndez se lanza al ruedo del tema de la
educación represiva, la libertad individual, los derechos del líder, la fuerza
de la naturaleza y los instintos. Por
otro lado, si podemos encontrar similitudes con las novelas anglosajonas en la
fuerza por sobrevivir, en aprender viejos artes de caza, recolección y siembra,
en los esfuerzos gregarios, pero en un entorno que es indistinguiblemente
chileno.
Hemos podido
encontrar una crítica al libro publicada el año 1963. Es una muestra de lo que
debió ser una muestra clara de las opiniones de la época. Allí se enfatiza que el grupo familiar fue transformándose
en un “grupo disoluto y depravado”,
en vez de ser, supongo, un ejemplo de virtud para trascender la humanidad. Claramente una visión sesgada que muestra los
mismos prejuicios que Melendez despliega en su obra, buscando interpretaciones
que evitan pensar en términos “humanos” y siempre van en alturas religiosas.
Tal vez algo
discursiva por instantes, la novela me ha dejado en general un buen sabor y su
lectura es recomendada al interesado en la obra de CF en Chile. Eso si, el nombre de la obra tiende a la
confusión dado que parecer ser el de una obra religiosa, y le hubiera venido
muy bien un cambio.
Sobre el autor: Destaquemos que el autor fue también pintor y dibujante, habiendo trabajado en ese arte un tiempo. Por ejemplo a fines de los años 20 en la Editorial Nascimiento (como el trabajo expuesto aquí de Salvador Reyes), y posteriormente en el periódico El Diario Ilustrado.
Luis Meléndez Ortiz (1891 - 1988). Escritor y Pintor. Fue esposo de la poetisa
Chela Reyes. En 1926 publicó su primera novela titulada “Torre de marfil”. Luego
vendrían otras como: “Las mujeres están lejos” (1938), “El
unicornio, la paloma y la serpiente” (1947), “Isabel Talbot” (1955) y “Regreso
al Edén” (1960), y un texto de ensayos “¿Dónde, la puerta de escape?”
(1965).
La portada de la
única edición conocida de este libro
1 comentario:
Se ve interesante la novela "Regreso al Eden" (¿para que nos expulsen de nuevo?).
Pero debe haber sido difícil escribir acerca del tema en esos años en que cualquier idea de algo "pecaminoso" podía ser censurada o por lo menos mal vista, y seguramente se esperaba que los sobrevivientes se trataran como Stewart Granger y David Niven en "La cabaña".
Publicar un comentario